domingo, 6 de diciembre de 2015

Teorías sobre la sociabilidad humana

La sociabilidad humana
La sociabilidad humana es un hecho de experiencia común. Lo social aparece como una característica de la vida humana que implica pluralidad, unión y convivencia. El hombre se concreta en comunidades y asociaciones y ejemplo de esas entidades sociales son la familia, la nación y el Estado.
La evidencia de que el hombre vive y convive en sociedad es algo que no vamos a discutir porque se impone por sí misma, pero ¿cuál es la causa eficiente o que está en el origen de esa sociabilidad humana?
Para responder a esta cuestión, nos centraremos en dos tipos de respuesta: la que ofrecieron Aristóteles y Platón, la teoría de la naturaleza social del hombre y la que sostuvieron los filósofos de la teoría contractualista.
La teoría de la naturaleza social del hombre
El hombre es un animal político -dice Aristóteles- porque solo viviendo en comunidad satisface sus necesidades. Quien vive aislado es una bestia o un dios, pero no un hombre.
Aristóteles sostiene que los hombres viven en dos tipos de comunidades: la casa o comunidad doméstica y la polis o comunidad política o ciudadana. Como todo lo que existe en la naturaleza -y el hombre es parte de la naturaleza-, cada una de estas comunidades tiene una finalidad, tiende a un fin.
El fin de la comunidad doméstica es satisfacer las necesidades básicas y cotidianas de las personas, su alimentación, vestido y sexualidad. En ella conviven elementos heterogéneos en cuanto a edad, sexo y condición: adultos y niños, hombres y mujeres, libres y esclavos. Cada uno de estos elementos tiene una función y debe realizarla bien
La comunidad política o polis, la ciudad, tiene por finalidad posibilitar la vida, satisfacer las necesidades secundarias o elevadas del hombre, las que se tienen una vez que las necesidades básicas están cubiertas.
La ciudad o polis existe por naturaleza, por naturaleza el hombre es un ser social, un animal político. Otras especies, como las abejas, son animales sociales, pero el ser humano lo es en el más alto grado porque la naturaleza lo ha dotado de lenguaje. Con el lenguaje los hombres hablan de lo justo y lo injusto, de lo que les resulta conveniente o perjudicial, de lo que consideran deseable o indeseable, y hablando llegan a acuerdos. Esos acuerdos son las leyes, y el conjunto de leyes es la Constitución de una ciudad. Una Constitución modela una ciudad, da forma a la vida ciudadana, de tal manera que si la Constitución cambia la vida ciudadana es diferente. Dice Aristóteles que una ciudad o polis es un conjunto de ciudadanos que se autogobiernan (se gobiernan a sí mismos) mediante una Constitución.
Aristóteles creía que la comunidad política es un medio propicio para cultivar las artes, las ciencias, la política y las demás actividades superiores del hombre. Estas actividades son superiores porque no se realizan necesariamente para sobrevivir, sino se hacen libremente una vez que la supervivencia está resuelta. Sólo en la polis se da el clima de libertad y convivencia que permite al hombre desarrollar sus capacidades más altas.
La teoría contractualista
A lo largo de los siglos XVII y XVIII una serie de autores trataron de explicar el origen y los fundamentos de la sociedad política; afirmando que ésta tiene su origen en una decisión racional de los hombres destinado a resolver los conflictos que surgen de su instinto antisocial. Querían mostrar qué motivos existen para que las personas decidan vivir juntas formando una comunidad en la que unos gobiernan sobre otros y hay unas leyes que deben ser obedecidas. Los tres autores que vamos a comentar nos hablan de un estado de naturaleza y de la necesidad de llevar a cabo un contrato o acuerdo para salir de ese  estado natural y organizar la comunidad política.
El estado de naturaleza, que cada autor describirá de un modo diferente, consiste en la situación en la que se hallarían los seres humanos si no hubiera normas, ni gobernantes políticos.
El Absolutismo de Thomas Hobbes.
Thomas Hobbes, filósofo inglés cuya vida transcurrió principalmente a lo largo del siglo XVII, nos cuenta en su obra Leviatán su visión del estado de naturaleza. En su opinión, los seres humanos por naturaleza son crueles, egoístas, malvados. Desean satisfacer constantemente sus deseos e incrementar su poder y para ello, si fuera necesario, llegan a practicar el robo o el asesinato. Los seres humanos en estado de naturaleza son muy libres, pero esa libertad les conduce a una guerra continua de todos contra todos. El hombre se convierte piensa Hobbes en un “lobo para el hombre”.
Si las personas quieren conservar su vida tienen que salir de ese estado de naturaleza. En esta situación, piensa Hobbes, la mejor solución consiste en entregar todos los derechos (libertad, igualdad, uso de la fuerza…) que tenían las personas por naturaleza a una única persona: el soberano. A través de un acuerdo entre todos se realiza este paso con el que desaparece la sociedad natural y surge una sociedad política más ordenada, organizada y política.
El soberano absoluto tendrá el poder de establecer las leyes y de formar un ejército para conseguir que las leyes se cumplan. Las demás personas que se han convertido en súbditos no tendrán más remedio que obedecer las decisiones del soberano. De este modo, el sistema de gobierno ideal para Hobbes es el Absolutismo, un sistema en el que las personas renuncian a sus derechos naturales a cambio de alcanzar la paz. Para el absolutista, este acatamiento a las leyes es artificial, lo firman porque no hay más remedio para salir de ese estado de naturaleza de “todos contra todos”.
Rousseau y la voluntad general.
Para el filósofo ginebrino J.J. Rousseau en el estado de naturaleza prima la solidaridad, los seres humanos son buenos y disfrutan de una enorme felicidad “el buen salvaje”, en armonía con la naturaleza y los otros hombres. Es la sociedad, la propiedad privada y, sobre todo, el ambiente de las grandes ciudades el que convierte a las personas en falsas, astutas y malvadas. Pero Rousseau sabe que volver al estado de naturaleza resulta casi imposible, por tanto, lo que se puede intentar es convertir las comunidades humanas en lugares más habitables y, sobre todo, más justos. Para ello, Rousseau defiende la creación de un sistema democrático.
De nuevo la comunidad tendrá que llevar a cabo un contrato. En este caso el conjunto de la comunidad cede todos sus derechos naturales (como ocurría en el planteamiento de Hobbes), pero no los cede a un soberano absoluto sino a la propia comunidad que, reunida en una asamblea expresará la voluntad general del pueblo y establecerá las leyes que han de seguirse. Las leyes no pueden reflejar el interés de uno o de unos cuantos, sino la voluntad de todos.

El sistema es democrático porque todos los individuos participan en la creación de las leyes, convirtiéndose en ciudadanos. No obstante, el planteamiento de Rousseau, al recomendar un tipo de democracia directa y mostrar su rechazo hacia los representantes políticos, parece más apropiada a las antiguas ciudades griegas o a pequeñas comunidades y difícilmente realizables en las complejas sociedades contemporáneas.

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