lunes, 14 de diciembre de 2015

Propuesta de trabajo "Juguete con movimiento"

"Diseñar y construir un juguete con movimiento" es el nuevo proyecto planteado en Tecnologías. En él aplicaremos todos los conocimientos aprendidos hasta ahora:


-Debes pensar en una estructura estable y resistente.
-Constará al menos de un operador mecánico para dotarle de movimiento.
-Le incorporarás un circuito eléctrico.
-Realizarás los planos del proyecto siguiendo las normas del dibujo técnico.
-Se valorará el empleo de materiales reciclados.
-El ordenador será nuestra herramienta de trabajo para elaborar la memoria del proyecto.


A continuación te muestro algunos ejemplos para que puedas ver cómo han resuelto este problema otras personas y te des algunas ideas. También dejo algunos enlaces interesantes.

Webs de Juguetes con mecanismos:


Esta última página es muy interesante, ¡pon a prueba tu inglés!

Algunos ejemplos:


Si buscas en Youtube seguro que encuentras muchas ideas:

martes, 8 de diciembre de 2015

solucionario de mates de 3º y de 4º tipo b

el de 3º aqui                                                                                  el de 4º tipo b aqui

La Poesía en el S.XV

La poesía: los cancioneros

La literatura del S. XV se caracteriza, ante todo, por el elevado número de poetas del que se tiene conocimiento porque sus obras han sido recogidas en las numerosas colecciones de poemas, colectivas o de autores individuales, llamadas cancioneros. En los cancioneros se recogen los poemas de algunos personajes de la Corte, que lucían su ingenio a través de estas composiciones. Importantes recopilaciones son el Cancionero de Stúñiga, el Cancionero de Baena, el Cancionero musical de Palacio y el Cancionero general (1511) de Hernando del Castillo. La poesía amorosa mantiene todavía la influencia de la tradición trovadoresca de origen provenzal. El amor refleja las convenciones del amor cortés y es concebido como un servicio en el que el caballero está sujeto al dominio de la dama. Es una poesía abstracta, de difícil comprensión por el grado de conceptismo verbal. La poesía didáctico-moral se caracteriza por su tono elevado y solemne, en el que las alusiones eruditas y el lenguaje latinizante reflejan el interés por el mundo clásico.

El marqués de Santillana

El marqués de Santillana fue uno de los nobles más poderosos de la primera mitad del siglo. Hombre de letras, reunió en su palacio de Guadalajara la mejor biblioteca de su tiempo. Su interés por la cultura le llevó a estar al tanto de las novedades literarias, haciendo traducir obras latinas e italianas al castellano. El marqués de Santillana fue autor de varios poemas alegóricos de temática amorosa. Entre sus obras destacan la Comedieta de Ponza, poema de contenido poético y moral, y Bías contra Fortuna, una reflexión estoica sobre la vida. Son muy conocidas también sus serranillas, de inspiración popular.

Juan de Mena

Juan de Mena (1411-1456) fue considerado por sus contemporáneos y sucesores como el mejor poeta de su época. Letrado al servicio de Juan II de Castilla, cultivó la poesía amatoria y la alegoría moral. Su estilo se caracteriza por la abundante erudición y por el recargado lenguaje latinizante.
El Laberinto de Fortuna, también llamado Las trescientas, es su obra más ambiciosa. La obra está escrita en coplas de arte mayor, compuestas por estrofas de cuatro versos de doce sílabas, que tienen una fuerte cesura, rima consonante y siguen un rígido esquema acentual.

Jorge Manrique

Jorge Manrique (1440-1479) es autor de varias composiciones de asunto amoroso que siguen con fidelidad los patrones del género cancioneril. Su poema más conocido, sin embargo, son las Coplas escritas a la muerte de su padre. En las Coplas se combinan elementos tradicionales de manera original. Jorge Manrique expresa con lucidez analítica el poder irremisible de la muerte, pero lo hace sugiriendo el final, sin convocar ante la vista del lector el horror de la destrucción. La pérdida de los bienes temporales que conlleva la muerte provoca en el poeta una evocación nostálgica con especial atención al detalle sensorial, que sugiere más el gozo vital que la actitud cristiana de desprecio ante los bienes terrenos.

El poema puede dividirse en tres partes:
En la primera, se hacen consideraciones abstractas sobre la muerte.
A continuación, el poeta se detiene en la evocación de personajes históricos pasados.
Por último, se cuenta la muerte particular del maestre Rodrigo, padre de Manrique.
La composición entera está presidida por una gran sobriedad artística. La sencillez predomina en el lenguaje y en la forma métrica, que sigue el modelo de la estrofa de pie quebrado.Tampoco hay adornos retóricos, ni complicadas visiones alegóricas, sino una simple exposición que va de lo general a lo particular.

La celestina:

La Celestina es la obra más representativa del siglo XV. Con ella se pone fin a la literatura medieval y se anuncia el Renacimiento. En La Celestina se encuentran reunidos el idealismo amoroso procedente del mundo cortesano medieval y el ambiente burgués de las ciudades de la época, los personajes de cuna elevada y el mundo de los criados, el estilo latinizante y retórico y las expresiones más coloquiales.

El asunto

El eje narrativo de la obra son los amores de Calisto y Melibea. Calisto entra por azar en el huerto de Melibea, a la que declara la pasión que ha despertado en él, pero la doncella lo rechaza. Aconsejado por su criado Sempronio, recurre a las artes de una alcahueta, Celestina. Celestina se vale de su capacidad de persuasión y sus artes mágicas para cambiar la voluntad de Melibea, pero, cuando recibe el premio de Calisto, Pármeno y Sempronio la asesinan por no compartirlo con ellos.
Mientras tanto, Calisto continúa con sus encuentros amorosos con Melibea, hasta que una noche cae desde la tapia del jardín y muere. Melibea declara todo lo sucedido a su padre y se suicida lanzándose de lo alto de una torre. La obra termina con el llanto de Pleberio por la muerte de su hija.

La temática

En La Celestina aparecen los tres temas que obsesionaban al final de la Edad Media: el amor, la fortuna, y la muerte. Sin embargo, la perspectiva desde la que se tratan desborda los estereotipos medievales, anticipando un individualismo característico del Renacimiento. El amor: Calisto no es un amante al estilo del amor cortés, aunque lo intenta, sino un egoísta. Melibea toma parte activa en todo el proceso y no se arrepiente. La fortuna: los sucesos son gobernados por la fortuna, pero no se trata de un azar caprichoso, sino que todas las acciones aparecen encadenadas del modo más verosímil.

El género

La obra está constituida por diálogos. Fernando de Rojas siguió el modelo de la comedia humanística, un género nacido en las universidades italianas en las que se imitaba el teatro latino de Plauto y Terencio. No era un teatro para ser representado, sino para ser leído en voz alta, y así lo debieron entender los contemporáneos de Rojas. Desde el punto de vista actual, la obra presenta, sin embargo, rasgos que la acercan a la novela, como su excesiva extensión, o la abundancia de escenas no dramáticas.

domingo, 6 de diciembre de 2015

La Prosa Mediaval

Escuela de traductores de Toledo:
El nombre de Escuela de traductores de Toledo designa en la historiografía, desde el siglo XIII, a los distintos procesos de traducción e interpretación de textos clásicos greco-latinos alejandrinos, que habían sido vertidos del árabe o del hebreo sirviéndose del romance castellano o español como lengua intermedia, o directamente a las emergentes «lenguas vulgares», principalmente al castellano. La conquista en 1085 de Toledo y la tolerancia que los reyes castellanos cristianos dictaron para con musulmanes y judíos facilitaron este comercio cultural que permitió el renacimiento filosófico, teológico y científico primero de España y luego de todo el occidente cristiano. Hoy, la prestigiosa y antigua Escuela de Traductores de Toledo es uno de los institutos culturales e investigadores de la Universidad de Castilla-La Mancha y tiene su sede en el antiguo Palacio del Rey Don Pedro en la toledana Plaza de Santa Isabel. En el siglo XII la «Escuela de traductores de Toledo» vertió principalmente textos filosóficos y teológicos (Domingo Gundisalvo interpretaba y escribía en latín los comentarios de Aristóteles, escritos en árabe y que el judío converso Juan Hispano le traducía al castellano, idioma en el que se entendían). En la primera mitad del siglo XIII esta actividad se mantuvo. Por ejemplo, reinando Fernando III, rey de Castilla y de León, se compuso el «Libro de los Doce Sabios» (1237), resumen de sabiduría política y moral clásica pasada por manos «orientales». En la segunda mitad del siglo XIII el Sabio rey Alfonso X (rey de Castilla y de León, en cuya corte se compuso la primera «Crónica General de España») institucionalizó en cierta manera en Toledo esta «Escuela de traductores», centrada sobre todo en verter textos astronómicos, médicos y científicos.

Alfonso X:
Por literatura de Alfonso X el Sabio se entiende toda la obra literaria de carácter lírico, jurídico, histórico, científico y recreativo realizada en el ámbito del escritorio del rey Alfonso X de Castilla. Alfonso X patrocinó, supervisó y a menudo participó con su propia escritura y en colaboración con un conjunto de intelectuales latinos, hebreos e musulmanes conocido como Escuela de Traductores de Toledo, en la composición de una ingente obra literaria que inicia en buena medida la prosa en castellano. Los manuscritos copiados en el escritorio de Alfonso X son volúmenes lujosos, de gran calidad caligráfica e iluminados profusamente con miniaturas. Estaban, por tanto, destinados a poderosos nobles que pudieran costear la riqueza de estos códices y que compartían el proyecto de uso de la lengua castellana como instrumento político al servicio de la corte, ya que los libros utilizados en Universidades medievales o Estudios Generales eran más baratos, manejables y escritos generalmente en latín, lengua de uso habitual entre los letrados. Sin embargo, la mayoría de las obras alfonsíes se han conservado solo en manuscritos posteriores, menos cuidados, pues los preciosos manuscritos del escriptorio real se perdieron o destruyeron en algún momento. El castellano utilizado en las obras alfonsíes es muy variado. Hay obras que presentan un castellano con influencias leonesas, y otras que presentan una lengua más bien oriental, a pesar de que tradicionalmente se afirmaba que la variedad preferida era la de Toledo. Sin embargo hay que notar que en el terreno de la lírica, Alfonso X usó el galaicoportugués, lengua en la que se escribieron las Cantigas de Santa María.

Obra lírica:
Debidos a la mano del monarca son un conjunto de poemas de «escarnio y maldecir» escritos en lengua galaico-portuguesa (cantigas d'escarnho e maldizer) dirigidos a grandes hombres tanto eclesiásticos como laicos y a otros trovadores. Hay varias invectivas destinadas a Pero da Ponte, poeta de la corte de su padre Fernando III el Santo, que constituirían una disputa cruzada posiblemente en el tiempo en que Alfonso era aún príncipe. El estilo de estas cantigas d'escarnho es burlesco e ingenioso y no se arredra en el tono satírico e incluso procaz contra quienes habían sido oponentes al futuro rey de Castilla. Pero son las Cantigas de Santa María la obra cumbre lírica del rey sabio, y poseen un gran interés tanto desde el punto de vista literario como desde el musical y plástico.

Cantigas a Santa María:
La única producción literaria de Alfonso X no escrita en castellano es esta obra de inspiración mariana y carácter lírico, para la que utilizó la lengua galaico-portuguesa. Muchas de las cantigas de este libro fueron compuestas por Alfonso X de su propia mano. Incluso se percibe un tono personal en algunas de las canciones que adoptan el carácter de himnos de loor a la Virgen. Asimismo, en varias de las narraciones aparece el propio monarca o sus familiares como personajes protagonistas. El texto consta de 427 poemas narrativos y líricos que adoptan una métrica muy variada basada en la estructura de canción con estribillo o rondeau. La mayor parte de ellos relatan un acontecimiento milagroso o de santidad; a modo de episodios legendarios, como era habitual en el género de las vidas de santos. Sin embargo, un diez por ciento de estas canciones son «cantigas de loor», o himnos en alabanza de la Virgen. Estas cantigas de loor se acompañan de la partitura musical, y constituyen uno de los monumentos de la música medieval española.

Obra en prosa:
Antes de 1252, fecha en que fue coronado rey, el príncipe Alfonso, además de escribir las cantigas de escarnio y, muy probablemente, algunos himnos de loor a la Virgen, auspició un libro de cuentos ejemplares (o exempla): el Calila y Dimna. Es este uno de los primeros ejemplos (junto con el Sendebar) de adaptación de la cuentística árabe a la literatura en castellano y, si obviamos los relatos contenidos en las crónicas alfonsíes procedentes de cantares de gesta o leyendas, es la única obra de ficción debida al mecenazgo de Alfonso.

Infante D. Juan Manuel:
Por ser hijo del infante Manuel de Castilla, era sobrino del rey Alfonso X el Sabio y nieto de Fernando III el Santo.1 Quedó huérfano de padre en 1283 y de madre en 1290 cuando tenía ocho años y fue el rey Sancho IV de Castilla su tutor.1 Heredó de su padre el gran señorío de Villena, junto a los de Escalona y de Peñafiel. Posteriormente, en 1330, recibió el título vitalicio de príncipe de Villena merced de Alfonso IV de Aragón. El título pasó a ser de carácter vitalicio y que daría paso a un ducado tras su muerte. Su biografía es bien conocida merced a los trabajos de Andrés Giménez Soler. Fue educado como un noble, en artes tales como la equitación, la caza o la esgrima, pero sus ayos se preocuparon de que aprendiese además latín, historia, derecho y teología; de esta completísima educación hay recuerdos en el capítulo LXVII de su Libro de los estados. Aunque en algunas ocasiones se proclamaba lego en sus obras, tal declaración era convencional y obedecía al topos humilitatis o tópico de la humildad, para compartir la ignorancia de su público por cortesía pedagógica; en realidad era un sabio de conocimientos enciclopédicos, que dominaba el latín y el italiano, aunque no el griego. Su religiosidad era de sesgo tomista, vinculada a la orden de Santo Domingo.3 Literariamente, su formación incluyó la lectura de diversos poemas del mester de clerecía (Libro de Alexandre, Libro de Apolonio...), los tratados de Raimundo Lulio, la obra de Alfonso X (especialmente, la Estoria de España), varios libros doctrinales como la Disciplina clericalis de Pedro Alfonso, y colecciones de sentencias, proverbios y dichos de sabios traducidos de lenguas orientales o del latín al castellano (Calila e Dimna, Sendebar...), etc. Era un gran aficionado a la caza, disciplina a la que dedica enteramente el Libro de la Caça. En él se describe la fauna que le servían de presas en la Laguna de Villena, donde pasaba largas temporadas dedicándose a esta actividad. A los ocho años perdió a sus padres y pudo disponer del amplio patrimonio de su familia; a los doce años participó en la guerra para repeler el ataque de los moros de Granada a Murcia. En la lucha dinástica suscitada en Castilla a raíz de la muerte de Fernando de la Cerda, primogénito de Alfonso X el Sabio, don Juan Manuel se puso siempre del lado de Sancho IV, como también lo había estado su padre, y el rey correspondió a esta lealtad otorgándole su protección. Se casó tres veces, eligiendo a sus esposas por conveniencia política y económica y, cuando tuvo hijos, se esforzó por emparejarlos con personas pertenecientes a la realeza. La primera de sus esposas fue Isabel, hija de Jaime II de Mallorca, con la que se casó en 1299; sin embargo, falleció dos años más tarde. Al morir Sancho IV, incumplió su promesa de proteger a la reina regente María de Molina en la minoría de edad del futuro Fernando IV: los agobió con todo tipo de exigencias y se mostró poco fiel, buscando la alianza de Jaime II de Aragón, para lo cual le pidió en 1303 la mano de su hija Constanza, que aún tenía seis años, por lo que quedaría recluída en el castillo de Villena durante otros seis años, hasta casarse con ella en 1311, cuando cumplió doce años. Durante la minoría de edad de Alfonso XI fue corregente del reino hasta que el propio monarca le obligó a dejar el cargo.

Obra:
Su obra, de carácter fundamentalmente didáctico y narrativo, está en general, impulsada por una gran preocupación sobre la adecuada formación en cuerpo, alma e inteligencia de un perfecto caballero medieval, y por lo general se clasifica en la habitual denominación de "educación de príncipes"; consta de pequeños opúsculos (Crónica abreviada, Libro de la caza, Libro de las tres razones, Tratado de la Asunción de la Virgen María y el Libro infinido o Libro de los castigos y consejos a su hijo don Fernando) y de otras obras de más extensa ambición por las que se le recuerda fundamentalmente, el Libro del caballero y el escudero, el Libro de los estados y el Libro de Patronio o Conde Lucanor.

Novela:

La novela sentimental es un subgénero literario histórico que se desarrolla entre el Prerrenacimiento del siglo XV y el Renacimiento de la primera mitad del siglo XVI. Se incluye dentro del género épico o narrativo y se compone en prosa con versos intercalados, a veces en forma epistolar; posee temática amorosa, frecuentemente dentro de las leyes del llamado amor cortés. Es aquel tipo que trata con profundidad los sentimientos, ya sean amorosos, de amistad o fraternales, y en el que, por lo tanto, las escenas sexuales son más ligeras. Suelen tener un aire más serio que los otros subgéneros, pero también suelen ser más realistas. Tanto pueden estar ambientadas en otra época como en la actualidad. Escritores de novela sentimental son Danielle Steel, Marc Levy, Barbara Wood o V. C. Andrews.

La novela de caballerías es un género literario en prosa, de gran éxito y popularidad en España, Portugal, Francia y la península itálica en el siglo xvi. Se escriben desde fines del siglo xv hasta 1602 y empiezan a perder su popularidad después de 1550. Estas novelas narraban las hazañas o proezas de un caballero. El último libro original castellano, Policisne de Boecia, se publicó en 1602 y la última reedición en castellano anterior al siglo xix fue la cuarta parte del Espejo de Príncipes y Caballeros, publicada en Zaragoza en 1623.

-Ficciones de primer grado: Los hechos tienen más relevancia que los personajes, quienes suelen ser arquetípicos y planos. Además son constantemente traídos y llevados por la acción, sin que ésta los cambie o los transforme y sin que importe demasiado su psicología.

-Estructura abierta: Inacabables aventuras, infinitas continuaciones posibles; la necesidad de hipérbole o exageración, la «amplificación» (cada generación tiene que superar las hazañas, hechos de armas o fama de su padre). Los héroes no mueren, siempre existe un camino abierto para nueva salida. Total falta de verosimilitud geográfica, lógica. Libros larguísimos, de aventuras entrelazadas.





El cuento:


El cuento es una breve narración en prosa. Casi todas las colecciones de cuentos medievales están enmarcadas. El relato-marco sirve de hilo narrativo; puede ser una peregrinación en la que se encuentran varios peregrinos (Cuentos de Canterbury), un diálogo entre un sabio maestro y su discípulo ( El conde Lucanor), etc… Las colecciones de cuentos, durante la Edad Media, se debieron sobre todo a las traducciones a lenguas romances de los cuentos orientales.Muchos cuentos orientales se dieron a conocer en Europa gracias a las traducciones de la Escuela de Traductores de Toledo, creada en el siglo XII por el arzobispo don Raimundo y dirigida en el sigloXIII por el rey Alfonso X , el Sabio .

El Cantar del mio Cid

Como puede advertirse, el Cantar de mio Cid ofrece una versión de los años finales del Cid que arranca del primer destierro, pero es bastante más fiel en líneas generales a lo sucedido a partir de 1089, siempre con mucha libertad de detalle. Además, todo lo relativo a los matrimonios entre las hijas del Cid y los infantes de Carrión que es claramente ficticio. La proporción de historia y poesía ha sido un importante argumento en los intensos debates sobre la identidad del autor del Cantar y su fecha exacta de composición.

En las posturas mas cercanas se sitúa la interpretación de Colin Smith, quien defendía que el colofón del manuscrito del Cantar de mio Cid transmitía tanto su fecha de composición, 1207, como el nombre de su autor, Per Abbat, al que identificó con un abogado burgalés en ejercicio a principios del siglo XIII. Su autor sería, pues, un culto jurisperito, que conocería la vida del Cid a través de documentos de archivo y cuya obra no sólo no debería nada al estilo tradicional, sino que sería el primer poema épico castellano, una innovación literaria inspirada en las chansons de geste francesas y en fuentes latinas clásicas y medievales. En sus últimos trabajos, Smith matizó algo estas posturas, reconociendo que Per Abbat era probablemente el copista y no el autor del poema, el cual sería, de todos modos, un hombre culto y entendido en leyes, que compuso su obra cerca de 1207 y que posiblemente no inventó el género épico castellano, aunque sí lo renovó profundamente. Aunque su identificación del autor apenas cuenta hoy con partidarios, la crítica admite en general su datación tardía del poema, estando también bastante extendida su visión de un poeta culto que compuso su obra por escrito.
Los personajes principales son Rodrigo Díaz de Vivar el Cid Campeador, El Rey Alfonso VI de Castilla, Minaya (Alvar Fáñes).
Y los personajes secundarios son Martín Antolinez, Pedro Bermúdez ,Muño Gustioz, Los Infantes de Carrión (Diego y Fernando), Las Hijas del Cid (Doña Elvira y Doña Sol), Doña Jimena esposa del Cid, García Ordóñez.

Resumen del poema y las partes que componen el poema:

Cantar primero: El destierro. El Cid es acusado por algunos envidiosos de haberse guardado parte de los tributos de los reyes moros de Andalucía, es desterrado por el rey Alfonso. El Cid parte de Vivar hacia Burgos aquí nadie le da refugio ya que el rey Alfonso ha dicho que aquel que le de refugio al Cid perderá sus bienes, y además los ojos de la cara y aun el cuerpo y el alma; pero Martín Antolinez le da refugio y abastece a los huéspedes del Cid. Estratagema para conseguir oro y plata de los judíos Raquel y Vidas, a quienes engaña con dos arcas de arena. En el monasterio deja a Jimena su esposa y a su dos hijas. Gana a los moros los territorios de Castejón y Alcocer. Hace suya la región de Barcelona. En las montañas de Morella, combate al conde Remont de Barcelona, al que toma prisionero. Gana la espada Colada y al cabo de tres días libera al conde.

Cantar segundo: Las bodas de las hijas del Cid. El Cid marcha sobre Valencia y conquista Jérica, Onda, Almenar y Murviedro. El Cid conquista Valencia, envía a Minaya con cien caballos para el rey y solicita dejar a Doña Jimena y a sus hijas que acompañen al Cid a Valencia, el rey perdona al Cid y deja salir a su familia. El rey de Marruecos cerca Valencia, pero el Cid lo derrota. La riqueza despierta la codicia de lo infantes de Carrión que solicitan en matrimonio a las hijas del Cid. El rey y el Cid se encuentran a la orilla del río tajón y se reconcilian. En valencia se celebran las bodas de las hijas del Cid Campeador.


Cantar Tercero: La afrenta de Corpes. Los infantes de Carrión dan muestra de cobardía frente a los guerreros del Cid, son objeto de burla y deciden vengarse. Los infantes piden al Cid dejar que lleven a sus esposas a Carrión para enseñarles sus heredades, el Cid le da a sus yernos dinero y las espadas Colada y Tizona. En venganza los infantes maltratan a sus esposas y las dejan en el robledal de Corpes abandonadas. Enterado el Cid del agravio, solicita justicia al rey, este convoca Cortes en Toledo. Los infantes devuelven el dinero y las espadas al Cid. Llegan dos mensajeros pidiendo las manos de las hijas del Cid para los infantes de Navarra y de Aragón. Con este segundo matrimonio, el Cid se emparienta con los reyes de España.

Formulación


Los árboles que no dejan ver la belleza

¿Qué ocurriría si descubriéramos que ‘Las Meninas’ lo pintó un discípulo menor de Velázquez?
Hace unos meses, el fotógrafo Belal Khaled estafó a uno de sus vecinos gazatíes comprándole por 175 dólares un mural que Banksy había pintado en la puerta de su casa durante un viaje a Palestina. El vendedor, ignorante y seguramente pobre, con la vivienda al parecer destruida por las bombas israelíes, aceptó sin rechistar la propuesta, e incluso tal vez imaginó que el estafador era él. El banksy puede valer cientos de miles de dólares, pero el secreto de la estafa consistía en ofrecer muy poco, pues si Khaled hubiera prometido dos o tres mil dólares –manteniendo un beneficio aún descomunal– el comprador habría sospechado y se habría echado a perder el engaño.
En 2007, el diario The Washington Post hizo un experimento malévolo. Le pidió al violinista Joshua Bell, uno de los más reputados del mundo, con un caché exorbitante, cuyas actuaciones en los mejores teatros del mundo no estaban al alcance de cualquiera, que se convirtiera durante una hora en músico callejero. Joshua Bell aceptó el reto, se puso una gorra de béisbol, cogió su Stradivarius y se plantó en una estación del metro de Washington para interpretar piezas deBach o el Ave María de Schubert. Recaudó algo menos de 33 dólares, y sólo siete personas se detuvieron durante unos instantes para escucharle con atención.
La cuestión que se planteaba el periódico con el juego era la siguiente: “¿Es capaz la belleza de llamar la atención en un contexto banal y en un momento inapropiado?”. Pero podríamos reformularla más ácidamente: “¿Somos capaces de distinguir la belleza si ninguna autoridad nos advierte de que es bella?”.
Félix Ovejero  indaga sobre éste y otros rompecabezas estéticos en  El compromiso del creador (Galaxia Gutenberg), donde asegura que una de las cuestiones que traen de cabeza a los filósofos del arte es la de “los  fakes, esas obras que, después de descubrirse el verdadero autor, pierden todo su valor, sin que nada en ellas haya cambiado, y que, naturalmente, son excluidas inmediatamente del museo”. ¿Qué ocurriría si de repente descubriéramos por algún documento escondido e irrefutable que  Las Meninas  lo pintó un discípulo menor de  Velázquez  o que  PuLa mercantilización del arte y el ensalzamiento de la democracia cultural nos llevan a laberintos fascinantes que muchas veces pueden ser ilustrados con historias divertidas. El propio Ovejero cuenta en su libro una de ellas, protagonizada por el pícaro  González-Ruano, que organizó en París una exposición con cuadros falsos de  Giorgio de Chirico  sin imaginar que el pintor visitaría la ciudad en esos días. Asustado por la posibilidad de ser descubierto, y haciendo de la necesidad virtud, se fue a ver a De Chirico y le rogó que acudiera a la muestra para certificar que los cuadros eran auténticos, porque tenía miedo de que le hubieran colado alguna falsificación y no quería ser cómplice del engaño. De Chirico fue en efecto a la exposición y sólo desautorizó tres o cuatro cuadros de todos los expuestos.

¿Lo sublime se encuentra en el fondo del corazón humano, en la glándula pineal, en la tradición canónica, en la magistratura de los popes culturales o en el precio dinerario de las obras de arte? ¿Nos conmueve la belleza que encontramos mientras viajamos en el metro o sólo la que trae certificado de calidad y denominación de origen, convenientemente etiquetada? Si al abrir la puerta de nuestra casa viéramos un banksy, ¿sentiríamos algo, una emoción distinta que no fuera la codicia? El novelista Miguel Ángel Hernández, que es profesor de arte y en Intento de escapada (Anagrama) reflexionaba sobre los límites del hecho artístico, lo tiene claro: “El valor de las obras acaba condicionando la experiencia que tenemos de ellas. No creo en la pureza interior; incluso allí opera lo social. La emoción nunca es ingenua”.ccini  plagió la melodía del  Vissi d’arte  de una opereta mediocre?

INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA

INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA
Así pues, en la época actual, la de los grandes descubri­mientos técnicos, en el mundo del microchip y del acelerador de partículas, en el reino de Internet y la televisión digital... ¿Qué información podemos recibir de la filosofía? La única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente ofrecido el propio Sócrates: ninguna. Nos infor­man las ciencias de la naturaleza, los técnicos, los periódicos, algunos programas de televisión... pero no hay información “filosófica”. Según señaló Ortega, la filosofía es incompatible con las noticias y la información está hecha de noticias. Muy bien, pero ¿es información lo único que busca­mos para entendernos mejor a nosotros mismos y lo que nos rodea?. Supongamos que recibimos una noticia cualquiera, esta por ejemplo: un número x de personas muere diariamente de hambre en todo el mundo. Y nosotros, recibida la información, preguntamos (o nos preguntamos) qué debemos pensar de  tal suceso. Recabaremos opiniones, algunas de las cuales nos dirán que tales muertes se deben a desajustes en el ciclo macroeconómico global, otras hablarán de la superpoblación del planeta, algunos clamarán contra el injusto reparto de bienes entre posesores y desposeídos, o invocarán la voluntad de Dios, o la fatalidad del destino…Y no faltará quien comente: «¡En qué mundo vivimos!» Entonces nosotros, como un eco pero cam­biando la exclamación por la interrogación, nos preguntaremos: “Eso: ¿en qué mundo vivimos?»
No hay respuesta científica para esta última pregunta, porque evidentemente no nos conformaremos con respuestas como «vivimos en el planeta Tierra», «vivimos precisamente en un mundo en el que x personas mueren diariamente de hambre», ni siquiera con que se nos diga que «vivimos en un mundo muy injusto» o «un mundo maldito por Dios a causa de los pecados de los humanos» (¿por qué es injusto lo que pasa?, ¿en qué consiste la maldición divina y quién la certifi­ca?, etc.). En una palabra, no queremos más información so­bre lo que pasa sino saber qué significa la información que te­nemos, cómo debemos interpretarla y relacionarla con otras informaciones anteriores o simultáneas, qué supone todo ello en la consideración general de la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos comportarnos en la situación así establecida. Éstas son precisamente las preguntas a las que atiende lo que vamos a llamar filosofía. Digamos que se dan tres niveles distintos de entendimiento:
a) la información, que nos presenta los hechos y los me­canismos primarios de lo que sucede;
b) el conocimiento, que reflexiona sobre la información recibida, jerarquiza su importancia significativa y busca prin­cipios generales para ordenarla;
c) la sabiduría, que vincula el conocimiento con las op­ciones vitales o valores que podemos elegir, intentando esta­blecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos.
La ciencia se mueve entre el nivel a) y el b) de co­nocimiento, mientras que la filosofía opera entre el b) y el c). De modo que no hay información propiamente filosófica, pero sí puede haber conocimiento filosófico y nos gustaría llegar a que hubiese también sabiduría filosófica.
Volvamos otra vez a intentar precisar la diferencia esen­cial entre ciencia y filosofía. Lo primero que salta a la vista no es lo que las distingue sino lo que las asemeja: tanto la cien­cia como la filosofía intentan contestar preguntas suscitadas por la realidad. De hecho, en sus orígenes, ciencia y filosofía estuvieron unidas y sólo a lo largo de los siglos la física, la química, la astronomía o la psicología se fueron independi­zando de su común matriz filosófica. En la actualidad, las ciencias pretenden explicar cómo están hechas las cosas y cómo funcionan, mientras que la filosofía se centra más bien en lo que significan para nosotros; la ciencia debe adoptar el punto de vista impersonal para hablar sobre todos los temas (¡incluso cuando estudia a las personas mismas!), mientras que la filosofía siempre permanece consciente de que el conocimiento tiene necesariamente un sujeto, un protagonista hu­mano. La ciencia aspira a conocer lo que hay y lo que sucede; la filosofía se pone a reflexionar sobre cómo cuenta para nosotros lo que sabemos que sucede y lo que hay. La ciencia multiplica las perspectivas y las áreas de conocimiento, es decir fragmenta y especializa el saber; la filosofía se empeña en relacionarlo todo con todo lo demás, intentando enmarcar los saberes en un panorama teórico que sobrevuele la diversidad de esa aventura unitaria que es pensar, o sea ser humanos.
La ciencia desmonta las apariencias de lo real en elementos teóricos invisibles, ondulatorios o corpusculares, matematizables, en elementos abstractos inadvertidos; sin ignorar ni desdeñar ese análisis, la filosofía rescata la realidad humanamente vital de lo aparente, en la que transcurre la peripecia de nuestra existencia concreta (v. gr.: la ciencia nos revela que los árboles y las mesas están compuestos de electrones, neutrones, etc., pero la filosofía, sin minimizar esa revelación, nos devuelve a una realidad humana entre árboles y mesas). La ciencia busca saberes y no meras suposiciones; la filosofía quiere saber lo que supone para nosotros el conjunto de nuestros saberes... ¡y hasta si son verdaderos saberes o ignorancias disfrazadas! Porque la filosofía suele preguntarse princi­palmente sobre cuestiones que los científicos (y por supuesto la gente corriente) dan ya por supuestas o evidentes. Lo apunta muy bien Thomas Nagel, actualmente profesor de filosofía en la universidad de Nueva York: «La principal ocupación de la filosofía es cuestionar y aclarar algunas ideas muy comunes que todos nosotros usamos cada día sin pensar sobre ellas.
El historiador puede preguntarse qué sucedió en tal momento del pasado, pero un filósofo preguntará: ¿qué es el tiempo? El matemático puede investigar las relaciones entre los números pero un filósofo preguntará: ¿qué es un número? Un físico se preguntará de qué están hechos los átomos o qué es ­la gravedad, pero un filósofo preguntará: ¿cómo podemos saber que hay algo fuera de nuestras mentes? Un psicólogo puede investigar cómo los niños aprenden un lenguaje, un filósofo preguntará: ¿por qué una palabra significa algo? Cualquiera puede preguntarse si está mal colarse en el cine sin pagar, pero un filósofo preguntará: ¿por qué una ac­ción es buena o mala?»
En cualquier caso, tanto las ciencias como las filosofías contestan a preguntas suscitadas por lo real. Pero a tales pre­guntas las ciencias brindan soluciones, es decir, contestacio­nes que satisfacen de tal modo la cuestión planteada que la anulan y disuelven. Cuando una contestación científica fun­ciona como tal ya no tiene sentido insistir en la pregunta, que deja de ser interesante (una vez establecido que la composi­ción del agua es H20 deja de interesamos seguir preguntando por la composición del agua y este conocimiento deroga au­tomáticamente las otras soluciones propuestas por científicos anteriores, aunque abre la posibilidad de nuevos interrogan­tes). En cambio, la filosofía no brinda soluciones sino res­puestas, las cuales no anulan las preguntas pero nos permiten convivir racionalmente con ellas aunque sigamos planteándo­noslas una y otra vez: por muchas respuestas filosóficas que conozcamos a la pregunta que inquiere sobre qué es la justi­cia o qué es el tiempo, nunca dejaremos de preguntamos por el tiempo o la justicia ni descartaremos como ociosas o «su­peradas» las respuestas dadas a esas cuestiones por filósofos anteriores. Las respuestas filosóficas no solucionan las pre­guntas de lo real (aunque a veces algunos filósofos lo hayan creído así. .. ) sino que más bien cultivan la pregunta, resaltan lo esencial de ese preguntar y nos ayudan a seguir pregun­tándonos, a preguntar cada vez mejor, a humanizarnos en la convivencia perpetua con la interrogación. Porque, ¿qué es el hombre sino el animal que pregunta y que seguirá preguntan­do más allá de cualquier respuesta imaginable?
Hay preguntas que admiten solución satisfactoria y tales preguntas son las que se hace la ciencia; otras creemos impo­sible que lleguen a ser nunca totalmente solucionadas y responderlas -siempre insatisfactoriamente- es el empeño de la filosofía. Históricamente ha sucedido que algunas pregun­tas empezaron siendo competencia de la filosofía -la natu­raleza y movimiento de los astros, por ejemplo- y luego pa­saron a recibir solución científica. En otros casos, cuestiones en apariencia científicamente solventadas volvieron después a ser tratadas desde nuevas perspectivas científicas, estimula­das por dudas filosóficas (el paso de la geometría euclidiana..... las geometrías no euclidianas, por ejemplo). Deslindar qué preguntas parecen hoy pertenecer al primero y cuáles al se­gundo grupo es una de las tareas críticas más importantes de los filósofos... y de los científicos. Es probable que ciertos as­pectos de las preguntas a las que hoy atiende la filosofía recibirán ­mañana solución científica, y es seguro que las futuras soluciones científicas ayudarán decisivamente en el replanteam­iento de las respuestas filosóficas venideras, así como no la primera vez que la tarea de los filósofos haya orientado o dado inspiración a algunos científicos. No tiene por qué haber una oposición irreductible, ni mucho menos mutuo menos­precio, entre ciencia y filosofía, tal como creen los malos científicos y los malos filósofos. De lo único que podemos estar ciertos es que jamás ni la ciencia ni la filosofía carecerán de preguntas a las que intentar responder...
Pero hay otra diferencia importante entre ciencia y filosofía que ya no se refiere a los resultados de ambas sino al cómo de llegar hasta ellos. Un científico puede utilizar las soluciones halladas por científicos anteriores sin necesidad de recorrer por sí mismo todos los razonamientos, cálculos y experimentos que llevaron a descubrirlas; pero cuando alguien quiere filosofar no puede contentarse con aceptar las respuestas de otros filósofos o citar su autoridad como argumento in­controvertible: ninguna respuesta filosófica será válida para él si no vuelve a recorrer por sí mismo el camino trazado por sus antecesores o intenta otro nuevo apoyado en esas perspectivas ajenas  que habrá debido considerar personalmente. En una palabra, el itinerario filosófico tiene que ser pensado  individualmente por cada cual, aunque parta de una muy rica tradición intelectual. Los logros de la ciencia están a disposi­ción de quien quiera consultados, pero los de la filosofía sólo sirven a quien se decide a meditados por sí mismo.
Dicho de modo más radical, no sé si excesivamente radi­cal: los avances científicos tienen como objetivo mejorar nuestro conocimiento colectivo de la realidad, mientras que filosofar ayuda a transformar y ampliar la visión personal del mundo de quien se dedica a esa tarea. Uno puede investigar científicamente por otro, pero no puede pensar filosófi­camente por otro... aunque los grandes filósofos tanto nos hayan a todos ayudado a pensar. Quizá podríamos añadir que los descubrimientos de la ciencia hacen más fácil la ta­rea de los científicos posteriores, mientras que las aportacio­nes de los filósofos hacen cada vez más complejo (aunque también más rico) el empeño de quienes se ponen a pensar después que ellos. Por eso probablemente Kant observó que no se puede enseñar filosofía sino sólo a filosofar: porque no se trata de transmitir un saber ya concluido por otros que cualquiera puede aprenderse como quien se aprende las ca­pitales de Europa, sino de un método, es decir un camino para el pensamiento, una forma de mirar y de argumentar.
«Sólo sé que no sé nada», comenta Sócrates, y se trata de una afirmación que hay que tomar -a partir de lo que Platón y Jenofonte contaron acerca de quien la profirió- de modo irónico. «Sólo sé que no sé nada» debe entenderse como: «No me satisfacen ninguno de los saberes de los que vosotros es­táis tan contentos. Si saber consiste en eso, yo no debo saber nada porque veo objeciones y falta de fundamento en vues­tras certezas. Pero por lo menos sé que no sé, es decir que en­cuentro argumentos para no fiarme de lo que, comúnmente se llama saber. Quizá vosotros sepáis verdaderamente tantas co­sas como parece y, si es así, deberíais ser capaces de respon­der mis preguntas y aclarar mis dudas. Examinemos juntos lo que suele llamarse saber y desechemos cuanto los supuestos expertos no puedan resguardar del vendaval de mis interrogaciones. No es lo mismo saber de veras que limitarse a repetir lo que comúnmente se tiene por sabido. Saber que no se sabe, es preferible a considerar como sabido lo que no hemos pensado a fondo nosotros mismos. Una vida sin examen, es decir, la vida de quien no sopesa las respuestas que se le ofrecen ­para las preguntas esenciales, ni trata de responderlas personalmente, no merece la pena de vivirse.” O sea que la fi­losofía, antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja. Antes de ofrecer las ­respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hace sino repetir errores ajenos. Aún más importante que tener conocimientos es ser capaz de criticar lo que conocemos mal o no conocemos aunque creamos conocerlo: antes de saber por qué afirma lo que afirma, el filósofo debe saber al menos por qué duda de lo que afirman los demás o por qué  decide a afirmar a su vez. Y esta función negativa, defensiva, crítica, ya tiene un valor en sí misma, aunque no vayamos más allá y aunque en el mundo de los que creen que saben el filósofo sea el único que acepta no saber pero conoce al  menos su ignorancia.

Enseñar a filosofar aún, a finales del siglo xx, cuando el mundo parece que no quiere más que soluciones inmediatas y prefabricadas, cuando las preguntas que se aventuran hacia lo insoluble resultan tan incómodas? Planteemos de otro modo la cuestión: ¿acaso no es humanizar de forma plena la principal tarea de la educación?, ¿hay otra dimensión m­ás propiamente humana, más necesariamente humana que la inquietud que desde hace siglos lleva a filosofar?, ¿puede la educación prescindir de ella y seguir siendo humanizadora en el  sentido libre y antidogmático que necesita la so­ciedad democrática en la que queremos vivir?